“Ostroveganos”: el último truco de un movimiento que se desmorona

Durante años, el veganismo ha intentado construir una imagen de
superioridad moral: se presentan como los defensores incuestionables de la
ética, la salud y el planeta. Sus militantes no dudan en juzgar, condenar y
avergonzar a cualquiera que no comparta su estricta dieta. Pero mientras
imponen sus dogmas al mundo, algunos de sus referentes más influyentes han
comenzado a abrir puertas a excepciones muy convenientes. El caso más
reciente y absurdo: comer ostras siendo vegano.

¿Quién lo dice? Peter Singer. Sí, el padre de la ética animal.

Peter Singer, considerado el gurú moral del veganismo moderno, acaba de
abrir una rendija por donde muchos “veganos” llevaban años colándose en
secreto: los mariscos. Según Singer, como las ostras no tienen cerebro ni
sistema nervioso central desarrollado, no sufren. Por lo tanto, comer
ostras no sería contrario al veganismo ético. A este grupo ya se le conoce
con el insólito término de “ostroveganos”.

¿No es irónico? El mismo movimiento que condena a quien come miel o viste
lana ahora empieza a justificar la ingesta de animales vivos si creen que
no sufren. ¿Dónde quedó la ética inflexible que exigen a los demás?

Veganismo a medida: cuando la ética es negociable

Lo que este giro demuestra es algo que muchos sospechaban desde hace
tiempo: el veganismo no es tanto una ética como una ideología emocional,
llena de dogmas que se reinterpretan cuando conviene. Mientras tanto,
muchos veganos “de clóset” ya llevaban tiempo comiendo pescado, mariscos y
huevos a escondidas —algo que ahora algunos intentan legitimar con
eufemismos como “dieta plant-based flexible” o directamente con invenciones
como los “ostroveganos”.

La trampa es clara: si el animal no grita, no importa. Si no puedes
demostrar su sufrimiento, puedes comértelo. ¿En serio? ¿Y toda esa
narrativa de respeto absoluto a “los animales no humanos”? ¿No era la base
del veganismo el no usar animales? Pues parece que no tanto.

¿Y la coherencia, para cuándo?

Mientras los activistas insultan y acosan en redes a quienes comen jamón o
beben leche, el movimiento se divide internamente entre quienes quieren
seguir en su torre de cristal y quienes buscan una salida digna para no
seguir reprimiendo sus impulsos. La incoherencia no es una excepción en el
veganismo moderno: es su nueva norma.

Al final, no es más que otra manifestación de un movimiento que se está
desmoronando por sus propias contradicciones. Y lo peor: sin reconocerlas.
En vez de admitir errores, reinterpretan la realidad para mantenerse
siempre en el lado correcto, incluso si eso implica comerse una ostra viva
mientras sermonean al mundo sobre empatía y justicia.

Conclusión: menos moralina, más honestidad

El caso de los ostroveganos es una muestra más de que el veganismo, lejos
de ser una filosofía ética sólida, es un sistema inconsistente, plagado de
excepciones interesadas y de normas elásticas. En su afán por controlar el
comportamiento ajeno, sus líderes han terminado justificando exactamente
aquello que criticaban.

La próxima vez que un vegano te acuse de inmoral por comerte una
hamburguesa, pregúntale:

¿Con o sin ostras?

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