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El culto del veganismo no se presenta como un culto.
Se disfraza.
Se disfraza de muchas cosas. Y lo hace bien.
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Se disfraza de ética.
Pero sólo acepta una ética: la suya.
Si no la compartes, eres “violento”, “opresor” o “especista”.
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Se disfraza de filosofía.
Pero no razona: sentencia.
Quien disiente, es ignorante o inmoral. No hay debate.
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Se disfraza de bondad.
Pero divide el mundo en buenos (veganos) y malos (todos los demás).
Esa no es bondad. Es sectarismo.
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Se disfraza de salud.
Pero promueve dietas carentes que han arrastrado a niños, embarazadas y
jóvenes a la enfermedad.
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Se disfraza de ecología.
Pero mientras tanto, promueve alimentos ultraprocesados, monocultivos y
productos industriales.
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Se disfraza de moral.
Pero impone su visión única con agresividad y desprecio por la libertad
individual.
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Se disfraza incluso de religión.
Con dogmas, mártires animales, pecados carnívoros y redención vegana.
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Se disfraza de activismo.
Pero no busca justicia, busca poder. Poder sobre tus hábitos, tus
elecciones, tu conciencia.
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Se disfraza de todo lo que haga falta.
De lo que tú valores: salud, empatía, justicia, inteligencia, libertad.
El objetivo es que te unas al culto.
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El veganismo organizado no es una opción personal.
Es un culto moderno con mil máscaras.
Y muchas universidades, gobiernos y medios se lo están comprando.
12/12
¿Lo más peligroso?
Que muchos no se dan cuenta hasta que ya están dentro.
Y salir no es tan fácil como entrar.